Una noche fría se convirtió en una montaña rusa de emociones y estuvo llena de momentos que voy a atesorar para siempre.
El viernes 23 de mayo, el día anterior a la fiesta, me encontraba tomando la leche con mi hermana mientras mirábamos una serie cuando caí en que no hacíamos esto desde hace mucho. Yo había traído las dos tazas de café con leche que estaban en la mesa, y como en la tele había un canal de noticias lo cambié para no amargarnos la tarde. En Cartoon Network estaban dando Clarence. Hasta hace unos años no había día en el que no lo miremos. Lo dejé puesto, y menos mal que lo hice.
En una de mis risas sentí un nudo en la garganta. ¿Cuándo fue la última vez que nos tomamos un ratito más sólo para ver algo en vez de charlar? Seguramente en aquellos años yo no habría empezado la secundaria. Y ahora acá estábamos, yo casi adulta y ella ya con quince años. Pero no le dije nada porque no quería ponerme a llorar y preocuparla, se la veía feliz.
Subí a nuestro cuarto y busqué mi diario, tenía que escribir sobre esto, como hago siempre que pasa algo por el estilo. Aunque hice todo lo posible para que no sucediera, no lo pude evitar. Era como si alguien hubiera abierto una canilla en mis ojos. No veía lo que escribía. Me calmé de a poco, y seguí escribiendo. Esto antes no me pasaba, yo no lloraba tan fácilmente. Pero ahora hasta la más mínima cosa me conmueve. Se me ocurrió que esto debe haber sido como una despedida, porque incluso si volvemos a mirar la tele del comedor mientras merendamos, no va a ser igual. Aunque eso no tiene que ser algo malo, es como cerrar un ciclo.
A mí muchas cosas me hacen llorar, pero si hay algo que me emociona mucho es ver a mis hermanas crecer. Igual yo siempre les digo que aunque tengan ochenta años, siempre las voy a ver como las nenas con las que dibujaba sirenas y gatitos.
Al día siguiente era la fiesta. A las 19:00 llegamos al salón y nos pusimos a prepararlo. A las 21:00 llegó la primera invitada, y a eso de las 22:00 empezó la música.
Era una fiesta de disfraces, yo estaba vestida de pirata. Como me fascina la moda del año 1700 en adelante, obviamente me aseguré de que el disfraz sea lo más históricamente correcto posible. Vinieron mis amigas, cantamos y bailamos, y yo sentía que estaba soñando. Se notaba que Clara la estaba pasando bien, y eso me alegró incluso más. Pero cuando la vi bailando el vals con su papá volví a la realidad. No sé en qué momento se volvió tan alta, seguro que pronto me supera a mí.
Volvimos a casa a las cinco de la mañana, nunca me habían dolido tanto los pies, pero valió la pena.
Esa noche saqué muchísimas fotos, que en las vacaciones pienso imprimir para pegarlas en algún álbum. Espero recordar siempre aquella fiesta, cómo me sentí y lo orgullosa que estaba y que estoy de Clara, de lo linda persona que es y lo valiosa que es para mí.
Por Luna Domínguez
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